FUENTE: EL MUNDO.ES

La escuela está cambiando. El modelo de tarima, pizarra y papel, con los alumnos dispuestos en fila escuchando en silencio lo que dice el profesor, está dando paso a un aula un tanto caótica y llena de cachivaches tecnológicos en la que los críos participan todo el rato. El vídeo, la realidad virtual y los juegos digitales son los nuevos libros de texto y Twitter, la nueva sala de profesores. La clase magistral está siendo reemplazada por el design thinking, la flipped classroom y otros métodos en los que el estudiante aprende a su ritmo.

Si usted tiene hijos en edad escolar y no sabe qué son las inteligencias múltiples, las learning analytics o el WallChart, corre el riesgo de quedarse un poco marginado durante este curso que hoy comienza en cuatro comunidades autónomas. Dos profesoras, Olga Casanova y Lourdes Bazarra, han escrito una guía donde explican en qué consisten estas formas de enseñanza. El libro, que se ha presentado en Madrid, se llama La escuela ya no es un lugar.

¿Y entonces qué es? «Estamos asistiendo a la desaparición de la escuela tal y como la entendíamos hasta ahora, estándar y homogénea. Vamos a una escuela expandida y abierta, sin costuras y a lo ancho de toda la vida, donde el edificio es su parte más pequeña y en la que conviven lo real y lo virtual. Ya no abre de 9.00 a 17.00, sino las 24 horas», explican estas educadoras, que organizan proyectos de formación para profesores, padres y directores.

Casanova y Bazarra pertenecen a un creciente grupo de docentes que propugnan la llegada de un «big bang educativo» como consecuencia de «la desmotivación y desinterés» que actualmente muestran muchos alumnos españoles. Hablan del «fracaso que expresa la ineficacia de un sistema basado en la clase magistral y en la repetición de conceptos que no quedan fijados» y de «un mundo laboral en el que muchas de las titulaciones que se necesitan no son resueltas por el sistema educativo». Lo que existe ahora no funciona, argumentan. Así que hay que darle la vuelta con la «revolución educativa».

¿Qué es la “revolución educativa”?

«El mundo ha cambiado y parece como si la escuela fuera el único lugar que siguiera haciendo las cosas de la misma forma», sostienen. «La crisis económica ha hecho que, igual que nos estamos replanteando el mundo que nos rodea, también nos replanteemos la escuela: qué aprender, cómo, para qué. Esta transformación educativa se ha universalizado gracias a las redes. Hay un claustro universal».

Cada vez hay más profesores entregados a la causa de la Escuela 4.0 o esa Nueva Educación que tiene como cara más visible a César Bona, el maestro zaragozano que fue candidato al premio Nobel de los profesores. Pero las familias también se están implicando en este «movimiento de transformación».

«Los propios padres, cuando deciden dónde matricular a sus hijos, empiezan a preguntarnos por cosas que hubieran sido impensables hace 10 años: ¿trabajan de manera cooperativa? ¿desarrollan proyectos? Ya no somos nosotros los que iniciamos la conversación, son ellos los que primero quieren saber qué viaje propondremos a su hijo», expresan Casanova y Bazarra.

La comunidad de «transformadores educativos» se ha extendido por España, con ejemplos como el Colegio Montserrat de Barcelona, el Padre Piquer de Madrid o el Amara Berri de San Sebastián. Las autoras aseguran que en los centros concertados y privados se están poniendo en marcha métodos innovadores «en un porcentaje muy elevado», sobre todo en Infantil, pero también en Primaria. La cosa no cuaja demasiado en la ESO y en el Bachillerato, donde las pruebas para acceder a la universidad obligan a los profesores a impartir un currículum muy cerrado.

Más en la privada que en la pública

Estas metodologías tampoco se han generalizado en la escuela pública. ¿Por qué? «La estructura de los institutos suele tener como unidad máxima el aula, en lugar de una visión vertical y de equipo. En la concertada y en la privada se innova más porque los equipos directivos han pasado de simplemente gestionar a diseñar un modelo que posibilita la innovación. También ayuda la estabilidad de los equipos».

¿Y qué pasa con los resultados? ¿Está mejorando el rendimiento de los alumnos? Los profesores que aplican estos métodos en sus clases responden que sí, que «han aumentado la motivación y el interés», y «se han reducido los conflictos».

Pero Francisco López Rupérez, ex consejero de Educación ante la OCDE y ante la Unesco y ex presidente del Consejo de Estado, advierte de que «la mayor parte de estas innovaciones no está siendo evaluada y, si no estamos seguros de que funcionan, el alcance será limitado». «Lo que tenemos que intentar es que de las innovaciones se beneficien todos».

Es tal el entusiasmo que pone el profesor cuando promueve una innovación que esa transferencia produce efectos. Otra cosa es cuando eso se pretenda generalizar y los profesores no tengan ese nivel de vinculación emocional con la innovación. De ahí la importancia de cerciorsarse de un modo objetivo sobre los efectos», apunta.